En el corazón del barrio, los vecinos habían montado un Repair Café, un lugar donde la gente podía llevar sus objetos averiados para que fueran reparados en lugar de tirarlos. Se respiraba un aire de cooperación y solidaridad en cada rincón, con herramientas, cables y piezas sueltas esparcidas por las mesas. Un sábado, entre el bullicio de vecinos ocupados en arreglos y ñapas, apareció alguien especial: Mafalda.
Llevaba en sus manos una tostadora con la carcasa suelta y un gesto decidido. «¡Cómo es posible que algo tan simple como una tostadora deje de funcionar a las primeras de cambio!» exclamó al entrar. Los vecinos la miraron sorprendidos, pero enseguida reconocieron a la pequeña con opiniones firmes y principios inquebrantables.
Imagen: GPT3.5 |
Manolo, el electricista jubilado del barrio, se ofreció a ayudarla. «A ver, Mafalda, vamos a darle una segunda oportunidad a esa tostadora», le dijo con una sonrisa mientras abría la máquina. Mientras revisaba el cableado, Mafalda observaba el proceso con sus grandes ojos inquisitivos.
«¿Por qué siempre tiramos las cosas cuando se rompen?» preguntó, cruzando los brazos. «Si todo se arreglara en lugar de desechar, el mundo sería un lugar menos contaminado». Manolo, que conocía bien el valor de la reparación, asintió.
—Es verdad, niña. La gente olvida que a veces, con un poco de tiempo y paciencia, las cosas se pueden salvar. Como aquí, en el Repair Café.
La tostadora no solo revivió, sino que, en el proceso, Mafalda aprendió algo valioso sobre la importancia de cuidar las cosas y de no rendirse a la primera señal de fallo. Salió de allí con su tostadora funcionando y una sonrisa en el rostro, pensando en cuántas más «tostadoras» merecían una segunda oportunidad, igual que el mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Recuerda la netiqueta al comentar